Partes de los castillos medievales
Imagen interactiva con las partes de un castillo medieval sobre el castillo de Vimianzo.
Ilustración de Rubén Rial.
Si nos detenemos en las formas de los castillos y en sus emplazamientos, encontramos en Galicia una cierta variedad. El abanico va desde aquellos compuestos únicamente por torres hasta otros cuya forma es la de pequeñas ciudades, pues con el paso del tiempo tienden a complejizarse. Los de época más temprana, peor conocidos, se documentan ya en primeros tiempos del reino gallego (entre los siglos V y VIII). Estos primeros enclaves se basan en torres defensivas de piedra con trabajo tosco, y cierta estructura defensiva. Su localización corresponde generalmente a espacios elevados de dominio del entorno y albergan a autoridades políticas, élites o cierto número de tropas. Ya más tardíos se erigen otros de edificación más potente en vigilancia de lugares de acceso estratégico para la defensa del territorio, que comienzan a poner las bases materiales del dominio político de las aristocracias. Es el caso de aquellos que conocemos en las rías del obispado iriense, como las torres d’A Lanzada o torres d’Oeste, en Catoira, que ya cara el siglo X vigilan las costas frente a las invasiones vikingas.
Con el avance de la sociedad feudal y la reducción de las amenaza exteriores, la preferencia va mudando hacia castillos edificados en espacios más llanos o en zonas altas pero de mayor valor en cuanto al dominio del espacio de un señorío. El entorno entra en el espacio señorial del castillo y el señor dispone de él. En estos edificios empiezan a aplicarse avances arquitectónicos defensivos, como murallas más altas, torres con almenas, pasos de guardia, fosos diversos o barbacanas.
Las grandes murallas abarcan ahora no sólo una torre central, sino edificios varios, de suerte que alguno de los castillos gallegos en los siglos XII y XIII, semejan pequeñas ciudades. Organizadas en torno a un patio de armas, el lugar intramuros alberga ahora también caballerizas, casas y viviendas, capillas o iglesias pequeñas, edificios para las guardias y milicias, despensas y almacenes, soldadesca, sirvientes. Tal es la entidad, que murallas de mayor perímetro comienzan a proteger también espacios productivos, como fincas y huertas. Eso es lo que parece ocurrir en la Rocha Forte, de Compostela, cara los años 60 del siglo XIII.
Tales núcleos son ya el centro de la vida de una nobleza potente en el Reino de Galicia que observa desde la elevación de los enclaves. Y los cambios de la baja Edad Media mantienen las características, como se observa en el Castelo dos Andrade o en las torres de Soutomaior. Estas fortalezas llenan ahora sus murallas de almenas y merlones, que protegen una torre central y de mayor potencia: la llamada torre de homenaje. Es el verdadero corazón del enclave, con un nombre que procede del homenaje feudal: la entrada de dependencia de un vasallo para con un señor. Reconoceremos bien esta torre pues es la más elevada y destacada; generalmente central, aunque no siempre pues puede llegar a estar en un lado. Y con el tiempo, sí en el inicio se protegía todo con una muralla, esos muros empiezan a ahora a romperse para tener torres en medio de él, reforzándolas; y a incorporar murallas que protegen a murallas, en formas concéntricas. Son los llamados “castillos concéntricos” de los cuales en Galicia conocemos principalmente y como planta más desarrollada la compostelana Rocha Forte ya con las obras que se le hacen en el siglo XIV.
Pero no todo son potentes fortalezas. Tenemos también otros edificios más funcionales, emplazados en las cimas y alturas montañosas, orientados a la vigilancia del espacio; a velar por las rutas y caminos de un entorno. Son los llamados «nidos de águila» o “castillos roqueros”, compuestos por torres de mayor o menor potencia que dan alojamiento a un destacamento reducido. Así ocurre en el castillo del Pico Sacro, en el último tercio del siglo XV. A ellos es necesario añadir los “castillos de isla”, que se enclavan en islas intentando defender puntos de paso o acceso; en Galicia, por ejemplo, contamos con el de San Paio de Lodo, en Pontevedra.
Los castillos del reino ejemplifican pues, en sus formas variadas y en su localización, el poder. Es por eso que, llegados al siglo XV, cuando la nobleza intenta mantener sus ingresos ahogando al campesinado a más no poder, el levantamiento que se produce en 1466 tiene a las fortalezas como objetivo. Es la llamada Guerra Irmandiña. Esta revuelta tiene en los castillos su principal objetivo; pero no por su potencia militar sino por lo que significan. Y así la mayor parte de las fortalezas medievales del Reino de Galicia fueron derribadas, con una reedificación que se hará ya sobre parámetros nuevos.
Campan desde el siglo XVI los pazos, símbolo y edificio central de una nueva forma de poder social: la hidalguía. Casas fuertes, pero no amuralladas; con blasones y escudos, con jardines y estancias acostumbradas a la burguesía acomodada. Llega el tiempo de nuevos edificios para el tiempo nuevo de una sociedad diferente. Los castillos, mientras tanto, esperaron prudentes a su re-descubrimiento romántico y contemporáneo.
Estructura defensiva compuesta por bloques de piedra de mayor o menor tamaño, que rodea una torre o núcleo central, presentando uno o más accesos y siendo de altura variable. Su complejidad y entidad aumentan conforme se avanza en las formas arquitectónicas, pudiendo tener torres en medio, conocidos como torreones.
Bloque de piedra que remata la parte superior de una muralla a modo de parapeto defensivo. Puede tener un final rectangular o piramidal, siendo colocados en distancias regulares y dejando un hueco entre ellos, conocido como almena (frecuente mente confundido con el merlón) o cañonera.
Apertura o vano vertical en un muro, pared o muralla, con la finalidad de permitir a los defensores de una fortaleza disparar a unos posibles atacantes proyectiles a través de ella sin exponer su seguridad.
Edificio principal de la fortaleza o castillo, compuesto por una construcción cuadrangular de altura elevada que supera a la muralla o el resto del conjunto, y orientada por lo general a la residencia del señor o autoridad principal. Puede tener final almenado y cierta arquitectura defensiva, como matacanes o una pequeña muralla.
Saliente en la parte interior de un muro o muralla que permite el camino por él facilitando la guardia o la vigilancia del exterior a vista de pájaro del edificio. También llamado paso de guardia, comunica con el interior del castillo a través de escaleras que descienden al patio de armas o de puertas que dan acceso a los torreones.
Espacio abierto dentro de la fortaleza orientado tanto la vida cotidiana central, para juntas y actividades comunes, como especialmente a la reunión, entrenamiento o revista de las tropas. Suele estar rodeado de edificios relativos al campo militar, como caballerizas o almacenes de intendencia y tiene buena comunicación con el adarve o paso de guardia.
Cavidad excavada en el exterior de la fortaleza en torno la una muralla a modo de elemento defensivo para dificultar el acceso a pie de tropas atacantes o asedios. Podía ser seco, en tierra, o húmedo, relleno de agua, haciendo en ambos casos imposible acercarse.
Obra saliente y voladiza localizada en la parte exterior del alto de una torre o muro, dejando espacio abierto para poder ollar cara el piso inferior a los posibles atacantes y hostigarlos desde las alturas arrojando proyectiles o líquido.
Estructura defensiva que protege el acceso a la fortaleza consistente en un muro o pequeña muralla de menor altura y levantada frente a la puerta a defender. Su localización impide acceder en tropel a la entrada y obliga a hacerlo en fila de uno o dos, impidiendo una invasión masiva de atacantes.
Cada una de las torres que se insertan en medio de una muralla, ofreciendo nuevas estancias en la vida del castillo y reforzando al mismo tiempo las posibilidades defensivas. Pueden ser de planta cuadrangular o circular y pueden ir dispuestas en las esquinas de los muros o en el centro de la muralla.
Estructura defensiva compuesta por bloques de piedra de mayor o menor tamaño, que rodea una torre o núcleo central, presentando uno o más accesos y siendo de altura variable. Su complejidad y entidad aumentan conforme se avanza en las formas arquitectónicas, pudiendo tener torres en medio, conocidos como torreones.